El protagonista de ‘Las altas presiones’, segundo largometraje del gallego Ángel Santos, viaja al territorio del origen (que es, también, el de las cuentas pendientes y las historias personales no resueltas) en busca de localizaciones cinematográfcas para un proyecto ajeno. La película reitera con brillantez un eficaz recurso expresivo: el movimiento circular de la cámara a través del espacio, con la mirada de Miguel (un Andrés Gertrúdix opositando con firmeza al puesto de actor más afín al riesgo de su generación) como eje. Un movimiento circular que, por un lado, recoge el telón de fondo de una realidad desintegrada por la crisis y, por otro, un paisaje humano en el que Miguel ha dejado de encajar.
Película mayúscula, hablada en voz baja, completamente libre de todo exhibicionismo y capaz de transmitir lo complejo sin afectación ni narcisismo, ‘Las altas presiones’ enmarca una crisis individual en otra colectiva y ofrece estupendos retratos de personajes (esa pareja autoexiliada en su supuesto edén rural). Y remata su catarsis final con un plano sencillo, hermoso, elocuente y preciso que acredita a un cineasta de fuste
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